Algunos días aprecio en amigos y conocidos algunos detalles que me emocionan, como me pasó ayer, y si encima te viene después de una situación muy agradable con la persona a quien más quiero, pues se convierte en algo muy especial. Recuerdo que a mi hija el año pasado le dije que nada de nada de árbol de navidad, que los árboles tienen su sitio en los bosques, y lo entendió, aceptó que no había árbol de navidad. Pero la niña realmente aprende mucho, y el otro día me soltó: tienes razón, los árboles son para los bosques, pero hay árboles de navidad de plástico, y estos no se mueren. Aunque sea resumido, oir de tu hija estos razonamientos, relacionar cosas de un año a otro, me emociona mucho, así que ya tiene su árbol, aunque de plástico. Pero lo más bonito estaba por llegar.
Después de haberle montado el árbol, con figuras y lucecitas (a quienes me conocen, vale de risas e incredulidad, lo que digo es cierto aunque increible) mientras veía ella una película me llamó para el sofá, quería que la abrazara y me contó que tener el árbol para ella era como estar soñando, que le hacía mucha ilusión. Son cosas realmente muy agradables, y la principal razón de tener aparcada una decisión que debería haber tomado hace tiempo, pero cuando veo estas cosas, me niego a perdérmelas.
Tras esta situación, varias lecturas me volvieron a emocionar, igual ya estaba un poco más sensible de lo habitual, pero lo cierto es que hicieron mella, y especialmente una lectura me llevó a recordar un poema de Walt Whitman más que muy especial para mi, espero que os guste. Es un fragmento de 'Canto a mí mismo':
Me ha tocado en suerte, lo sé, lo mejor del tiempo y del espacio;
nunca he sido medido y no seré medido jamás.
El viaje que emprendo es eterno (¡que todos me oigan!).
Mis signos son un capote contra la lluvia, fuertes zapatos y un
bastón cortado en el bosque,
En mi silla no sestean los amigos,
No tengo cátedra ni iglesia ni filosofía,
No llevo a ningún hombre a una mesa puesta, a la biblioteca, a la bolsa,
Pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, lo llevo a una cumbre,
Mi brazo izquierdo ciñe tu cintura,
Mi derecha señala los continentes y el gran camino.
Ni yo ni ningún otro puede andar por ti ese camino,
Eres tú quien debe andarlo.
No queda lejos, está a tu alcance,
Quizá estabas en él desde que naciste y no lo has sabido,
Quizá esté en todas partes, en mar y en tierra.
Echate tus prendas al hombro, hijo mío, y yo traeré las mías y apresurémonos;
Ciudades prodigiosas y naciones libres nos saldrán al paso.
Si te cansas, dame las dos cargas y apoya tu mano en mi cadera,
Y a su debido tiempo me devolverás el mismo servicio,
Porque ya emprendida la marcha nunca descansaremos.
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar el cielo poblado,
Y le dije a mi alma: Cuando abarquemos esos mundos, y el
conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: No, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos el camino.
Tú también me interrogas y yo te escucho,
Contesto que no puedo contestar, tú mismo debes encontrar la respuesta.
Siéntate un momento, hijo mío,
Aquí tienes pan para comer y leche para que bebas,
Pero después de haber dormido y haber cambiado de ropa te beso
con el beso del adiós y te abro la puerta para que salgas.
Demasiado tiempo has perdido en sueños deleznables,
Ahora te quito la venda de los ojos,
Debes acostumbrarte al brillo de la luz y de cada momento de tu vida.
Demasiado tiempo has vadeado, asido a una tabla en la orilla,
Ahora quiero que seas un nadador, que te arrojes al mar, que
reaparezcas, que me hagas una seña, que grites y que agites el
agua con tus cabellos.
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