Ya el jueves lo hablaba con ella, como anunciaban nieve, que la veríamos. El viernes por la tarde, no la fui a buscar a la escuela, pero en cuanto llegó a su casa me llamó, que teníamos que ir al Tibidabo el sábado, y yo a convencerla que no, que allí encontraríamos poca nieve, que la llevaría a otro sitio. Me tocó negociar, a todo le ponía problemas, 10 o 12 llamadas en total, pero llegamos a un acuerdo con el sitio a donde ir.
Nos encontramos en la estación de tren, y en camino. Ya cerca de nuestro destino, ella cada vez más contenta ya que iba viendo nieve primero en algunas montañas, y luego ya al lado de las vías. Y así llegamos, y tal como bajamos del tren, en el mismo andén ya pisando un palmo de nieve, su sonrisa no tenía precio. Hicimos primero un muñequito, y luego ella quiso ya prepararse para una guerra de bolas de nieve. Más paseos, charlitas, y a comer. A la salida la incipiente nevada que caía, aumentó y volvió a caer con ganas, esto es lo que nos encontramos a la salida:
Y nos fuimoa a hacer otro muñeco antes de volver a casa, aunque la niña se quiso esconder un poco tras el paraguas que le pusimos:
Lo mejor del día, era su permanente sonrisa, su alegría, y como ella entendía que cuando le explico que si es mejor ir a un sitio que yo le propongo, es porque antes lo he mirado. Claro que también tengo alguna buena anécdota, como que mientras estábamos comiendo, en la música que se oía, sonó una canción que le gusta mucho, y un poco más y se pone a cantarla a pleno pulmón.
Yo acabé agotado, pero días tan bonitos, valen la pena sin duda alguna.
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