Muy relajante puede ser un paseo por la playa un domingo por la mañana. Y así fué, que tal como lo habíamos hablado el sábado, a una hora prudencial, aprovechamos el bonito día para darnos un paseito por la playa. Un agua limpia, poco movida, invitaba tentadoramente a remojarse los pies, y así fué que nada más llegar, ella ya quisiera hacerlo.
Le ayudé a quitarse sus sandalias, y lo siguiente fué ayudarle a arremangarse los pantalones, ella con el brazo en cabestrillo lo tenía complicado para hacerlo sola, y aunque al principio íbamos cogidos de la mano, ella siempre más pegada a la orilla, me aparté un poco, la imagen de su cara de felicidad por ese paseo, viendo como se mojaba los pies una y otra vez era algo que va a permanecer en mi memoria mucho tiempo, aunque me olvidara la cámara, hay recuerdos que no precisan de imágenes grabadas o impresas para que permanezcan.
Tras un rato paseando, nos sentamos en la arena, hablando como tantas veces, disfrutando del día, hasta que hicimos el paseo inverso para regresar.
Cuando hace unos dos años, tomé la decisión que implicaba dejar de vernos diariamente, tenía ante mi el reto de que cuanto menos la intensidad cuando nos viéramos fuera la misma, sinó más. Era una decisión difícil, y el reto probablemente más, pero ver como con el paso del tiempo, lo que me propuse lo estoy consiguiendo, me hace sentir muy bien, y realmente ella es más que especial y lo merece.
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